Fernando nos recibe a la puerta de la casa de sus padres, en la calle Iglesia, junto al imponente templo de Nuestra Señora de la Consolación, una mole adosada a las antiguas murallas almohades que acoge en sus torres los nidos de las cigüeñas y el impacto de un proyectil de la Guerra Civil. Reina la calma. Uno podría pensar que el tiempo no ha pasado por Cazalla de la Sierra, un pueblo de unos 4.700 habitantes en la sierra Norte de la provincia de Sevilla, casi lindando con Extremadura.
Fernando Bernal acaba de cumplir 26 años. Viste una camisa de colores, como de playa, desabrochada, camiseta blanca debajo y unos pantalones cortos que dejan ver un tatuaje que le recorre la pierna de arriba abajo. La gorra rosa, calada del revés, permite intuir un pelo muy corto, casi rapado, y teñido de color, seguramente rosa también. Es delgado, tiene la cara afilada y unos ojos oscuros un poco caídos. La barba, poblada, le da aspecto como de malo de una película de James Bond. Un ‘look’ muy a lo Karim Benzemá, el delantero del Real Madrid. Anda tranquilo, despacio, con las manos en los bolsillos.
Fernando es gay y tiene VIH.
Sin embargo, a pesar de la aparente tranquilidad al revelar su condición, para él no ha sido fácil llegar a este punto. Y se nota. La salud mental es su mantra. No es sólo su salud mental sino la salud mental como concepto general. Lo explica así: “Nos enseñan muchas cosas desde pequeños, pero no a gestionar nuestras emociones, nuestros sentimientos. Al final, ese déficit conlleva problemas en la alimentación, en el deporte, en las relaciones humanas… He sufrido mucho. He tenido problemas de salud mental. Por eso, es en este punto donde quiero ayudar.”
El porcentaje de problemas de salud mental en personas con VIH es diez veces más alto que en el resto de personas, según un estudio realizado en 2019 por el Hospital Universitario La Paz de Madrid: aquellas tienen una prevalencia de entre el 60% al 70% de alteraciones del sueño; de entre un 30% y un 40% de trastornos emocionales; y de entre un 25 y un 35% de trastornos cognitivos. Además, alrededor de un 5% presenta enfermedad mental grave, cuando este porcentaje es sólo de entre el 0,5% y el 0,8% en población general.
Fernando “salió del armario” del VIH hace unos meses. Salió a lo grande, dando la cara en el documental Enlázate por el VIH de Adhara, una ONG sevillana dedicada a hacer frente al virus y a otras enfermedades de transmisión sexual. Roberto, que por entonces trabajaba en Adhara y ayudó a Fernando en esos primeros momentos, lo recuerda bien: “Fue una decisión supervaliente. De hecho, la presentación de esos vídeos la hicimos coincidir con el Día Mundial contra el Sida, en un acto en la Universidad de Sevilla. Él tenía mucha ilusión e invitó a su familia. Sólo fue la madre, pero, bueno, todavía era muy reciente todo”.
No es difícil imaginar el revuelo que el documental causó en Cazalla de la Sierra, aunque él insiste en que nunca ha sentido rechazo en el pueblo. Llevaba más de dos años con el virus y, aunque su círculo más cercano estaba al corriente, él no acababa de contarlo abiertamente. “Al principio, estaba tranquilo porque conocía a otra persona con VIH que era indetectable y sé que lleva una vida como los demás. Soy enfermero, tengo información. Iba a la consulta médica, a hacerme las analíticas. Los médicos me decían que me veían muy tranquilo. Y yo, bueno, de momento estaba tranquilo. Luego, al mes y pico, el problema fue que mis padres vieron la medicación… Empezaron a preguntar cosas. Eso fue lo más complicado”, reconoce nuestro protagonista.
Con todo, contar que tiene VIH ha sido para Fernando una liberación. “Mira, al principio lo decía con muchos nervios, pero, luego… pues con naturalidad, con normalidad. A mí, contarlo sólo me ha traído cosas buenas porque todo el miedo que tenía se ha disipado en cuanto he dado el paso. Lo único que me he encontrado ha sido apoyo, por todas partes. Y, si ha habido rechazo en algún momento, ha sido silencioso”.
Bien por algunas reacciones de su entorno, bien por la acción del virus, bien por los efectos del tratamiento… Fernando sufrió al poco un bache importante, con depresión y ansiedad incluidas. Aún no tiene clara la razón: si fue una mezcla de todo o si ya venía con ello. Decidió acudir a un psicólogo.
El informe del especialista no deja lugar a la duda: “En la primera cita, se observa en el paciente una sintomatología ansioso-depresiva que cursa en sus tres vertientes: fisiológica, cognitiva y conductual. Asimismo, refiere dificultades relacionales en su entorno familiar y social que repercuten en su estado anímico”. El diagnóstico supuso para Fernando sacar a la luz otros problemas personales que ya arrastraba de antes. “La aceptación de su orientación sexual, que dificulta sus relaciones familiares, y de su estado serológico”, añade el psicólogo en su informe, le causaron “un impacto emocional muy importante”.
El tratamiento fue bien. Le ayudó a afirmarse como persona que vive con VIH y, aunque tuvo algunas recaídas, desde mayo de 2022 ya no visita al psicólogo. “El VIH me ha traído un aprendizaje, ¿sabes? No, no puedo decir que me haya traído cosas malas, me ha ayudado a aprender cosas de mí mismo y a entenderme más”.
“He sufrido mucho, he tenido problemas de salud mental. Por eso, es en este punto donde quiero ayudar. Nos enseñan muchas cosas desde pequeños, pero no a gestionar nuestras emociones, nuestros sentimientos. Al final, ese déficit conlleva problemas en la alimentación, en el deporte, en las relaciones humanas…”
“El que peor aceptó el tema fue mi padre. Su reacción fue más intensa, creo, no supo aceptarlo al principio. Ya después, con información, con tiempo…”
También sus padres, Fernando (57 años) y María del Carmen (54 años), tuvieron que asimilar la situación. Ella ha acompañado a Fernando al psicólogo en numerosas ocasiones; él no quiso al principio, pero acabaron yendo los tres juntos alguna vez. Tenían que mejorar la comunicación entre sí, les dijeron. El psicólogo les ayudó en ese proceso. “Es que son muchas cosas. No sé, me ayudó a darme cuenta de que el comportamiento que yo tenía con mis padres no era el mejor, de cómo yo me relacionaba con las personas, de algunos miedos y de otras muchas cosas de las que yo no era consciente… Y a cuidarme”.
El informe del psicólogo revela en este punto que a los padres de Fernando aquello se les hizo muy cuesta arriba. Ellos mismos reconocían “dificultad para acompañar al hijo en su proceso”. “Desde que salí abiertamente del armario del VIH, el resto de mi familia se ha informado más y ha venido a terapia conmigo. Estamos intentando tener una dinámica familiar más o menos normal”, explica Fernando. “Buf, las reuniones a tres son intensas”, sonríe.
No fue éste el caso de su hermana, Carmen, cuatro años menor que él. “Mi hermana, la verdad, siempre se lo tomó bien. Ella no vivía con nosotros, vivía con su pareja, en Galicia. Tampoco tuve que recurrir a ella como apoyo porque yo no me sentía mal”, dice. Carmen reconoce hoy que la noticia le causó impacto, “pero nada fuera de lo normal”. “Es como si le hubiera ocurrido algo malo a cualquiera de la familia”, asegura.
Pero Fernando no sólo acudió al psicólogo para reafirmarse, también buscó ayuda en otros sitios. “En el sistema sanitario público es muy difícil que este tipo de atención se dé a los pacientes porque están saturados”. El apoyo que buscaba lo encontró en la sevillana Adhara. “Me ayudaron mucho porque se trata de una atención especializada en VIH. No es lo mismo que te traten ellos que psicólogos generalistas, ya que están acostumbrados y conocen los problemas específicos asociados al virus”.
“Desde que salí abiertamente del armario del VIH, el resto de mi familia se ha informado más y ha venido a terapia conmigo. Estamos intentando tener una dinámica familiar más o menos normal”
“Yo comencé siendo gay, pero ahora me considero bisexual. A la gente le ocurre al revés”
Al principio, a Fernando lo acompañó Roberto, del programa Par de Adhara, que integra profesionales que han pasado por la misma experiencia y acompañan a quienes acaban de recibir el diagnóstico de VIH en los hospitales de referencia. “Roberto fue para mí un hermano. De hecho, a la primera consulta me acompañó él y me ayudó muchísimo”, recuerda. Roberto, que ahora trabaja en Madrid con otra asociación, lo cuenta desde su punto de vista: “La primera sensación que tuve es que, por un lado, quería ayuda, pero por otro lado no. No le di mucha información técnica porque él ya tenía ese conocimiento por su condición de enfermero. Intenté centrarme en lo emocional, en el acompañamiento. Le propuse, si lo veía oportuno, acompañarle y gestionar su primera cita en el hospital con el especialista, porque es otra de las cosas que hacemos como educadores, para que todo sea más fácil”.
Y así lo hizo. Roberto gestionó el acceso a las citas médicas. “Luego, me dijo que no hacía falta que le acompañara. Noté que surfeaba entre dos posiciones”. Tanto era así que el día antes de la cita Fernando le llamó y le pidió que fuera con él. “En ese segundo encuentro le vi un poco más receptivo. También, había pasado una semana y, bueno, tú puedes ser una persona que tiene mucha información del VIH, pero cuando lo vives en primera persona…”
La labor del par también incluye la ayuda a los familiares, para poder digerir todo el proceso. Roberto notó un choque entre la visión de Fernando y la de su madre, que acudió a algunas sesiones. “Durante las siguientes intervenciones, y esto son impresiones mías, ¿eh?, noté que Fernando y su madre estaban en planos distintos”, reflexiona. Él quería dar visibilidad a todo y su madre no lo entendía. “La madre llegó a verbalizar en alguna ocasión su miedo a ese proceso en el que su hijo se sentía libre para contar a todo el mundo su condición de seropositivo. No entendía el ritmo que llevaba, que quisiera contarlo a sus abuelos, en el pueblo…”
Desde su experiencia, Roberto comprende las dos posturas. “Hay un salto de varias generaciones. Sus padres no disponían de información, estaban con lo que sabían de los años ochenta y noventa, cuando el VIH era mortal, no como ahora. Una madre tiene miedos y quiere proteger a su hijo. Piensa: te vas a quedar solo, se pueden meter contigo, puedes tener problemas laborales… Así que yo creo que Fernando estaba con ganas, pero con el freno de mano echado por los temores de la madre”, explica.
Al contrario que con el virus, al menos durante un tiempo, Fernando nunca ha ocultado su condición sexual. “Bueno, la verdad es que no salí explícitamente del armario. Se lo dije a mis amigos y a los más cercanos, pero no tuve que explicar nada, se daba por hecho”. Cuando contrajo el VIH tenía 24 años. Entonces, ya era abiertamente gay. Aunque matiza: “Yo comencé siendo gay, pero ahora me considero bisexual. A la gente le ocurre al revés”. Vivir con esto casi siempre es más complicado en un pueblo, aunque él asegura que en su caso no ha sido así: “Tuvieron muchos más problemas otros chicos por otros temas que yo por ser homosexual”, zanja.
Separan Sevilla y Cazalla de la Sierra ochenta kilómetros de carreteras secundarias. En ese trayecto cambia por completo el paisaje. Hasta el embalse de Cantillana, uno discurre entre olivos, naranjos y otros frutales salpicados de plantaciones de girasoles y algunas haciendas. Pero, a partir de ese punto, la carretera comienza a ascender y aparecen pinos, encinas y eucaliptos. Fernando conoce el camino al dedillo. Entre la urbe y su pueblo: así discurren sus días. “Yo, de toda la vida, he vivido aquí. Estudié en Cazalla hasta cumplir los 18, luego me fui a estudiar enfermería en Sevilla. Cada sitio tiene sus cosas. A mí me encanta mi pueblo, la vida de aquí, pasear por el campo… A veces, la tranquilidad puede llegar a aburrirte, pero yo tengo amigos que siguen aquí”.
A pesar de no tener queja alguna, reconoce que hay veces en que su aspecto puede chocar en Cazalla de La Sierra. “Estos años he notado la diferencia. A mí, por ejemplo, no me importa maquillarme. Muchas veces me tiño el pelo de color llamativo. Y cuando vengo al pueblo lo noto. ¡No vayas a pensar que solamente aquí! En Sevilla también noto esas miradas. Pero nunca me han dicho nada, nunca he sufrido ninguna cosa. Ninguna. Nada. Yo creo que me afecta más por mis padres que por mí mismo”.
Fernando recuerda perfectamente cómo se infectó. “Yo tenía una pareja con VIH. Él me aseguró que era indetectable…” Aunque al principio utilizaban preservativos y otras medidas como la profilaxis preventiva, al cabo de un tiempo decidieron dejar de hacerlo. “Cuando yo acabé con él, me hice una analítica. No por nada, me las hacía de manera rutinaria y me tocaba ese momento. Salió positivo”. Fernando cree que no fue de manera consciente, sino que su compañero pensaba que era indetectable. Nunca se lo echó en cara, aunque no oculta cierto disgusto. “Antes, ya había tenido relaciones de riesgo, pero me dio bastante coraje que precisamente fuera de esta manera”, dice.
Fue diagnosticado muy rápido gracias a que se hacía revisiones con frecuencia. No suele ser lo normal. En España, un 13% de pacientes no sabe que están infectados de VIH. Hablamos de alrededor de 20.000 personas de las 146.000 que viven con el virus. Además, en nuestro país se registra un diagnóstico tardío en casi la mitad (48%) de los nuevos casos. A pesar de todo, Fernando sufre hoy periodos de insomnio. Sabe que a un médico no le es sencillo identificar la causa del insomnio y que es bueno hablar con el especialista para buscar soluciones. Como a él también le trata un equipo de salud mental, suele hablarlo con ellos. “Yo no soy el más indicado para decir si hay soluciones porque el día que no puedo dormir no puedo dormir, por mucho que tome algún ansiolítico, haga técnica de relajación o desarrolle una higiene del sueño muy buena.”, se lamenta.
Los especialistas en VIH afirman que esto que comenta Fernando es fundamental: contar lo que se siente. No se refieren sólo a la lucha contra el estigma, sino a que médico y paciente deben hablar. Hoy, el paciente está en el centro. Y a su alrededor gira —o debe girar— la asistencia para atender sus necesidades. Colocado en el centro, el paciente no debe estar callado. Al contrario, debe explicar cuáles son sus necesidades, qué cosas le están pasando, porque esa información será clave en su atención y en su bienestar.
Tal vez sea por ese camino que ha tenido que recorrer o tal vez porque es la vocación de su vida: Fernando quiere dedicarse a la salud mental. Lo tiene claro. “Nos enseñan a cuidar nuestra alimentación, a cuidar nuestro cuerpo a través del deporte… ¡Todo se centra en el aspecto físico! No nos enseñan a cuidar nuestra salud mental, y una cosa no puede ir sin la otra”. Le gustaría centrarse en la promoción de la salud: antes que curar, prevenir. “Todo este año, por ejemplo, en el instituto de mi pueblo he estado haciendo un programa de promoción de la salud con los niños de la ESO. Todo orientado a la salud mental”. Por eso, no entiende a muchas de sus amigas: “En sus relaciones sexuales, a las chicas sólo les preocupa quedarse embarazadas, pero no se hacen revisiones. Muchas veces no usan preservativos ni ningún otro tipo de control”.
Conocer Adhara no sólo le ha ayudado de manera personal, también trabaja con ellos y forma parte de su equipo profesional como sanitario. “Ahora que tengo VIH, es una oportunidad de dar la cara y de ayudar a otras personas que viven con el virus. No solamente en materia de prevención, sino también para ayudarles a quitarse el estigma. Ayudarles a salir del armario y explicarles mi proceso, para que les pueda servir. Hay mucha gente que tiene VIH que acude a mí y me cuenta que no se atreve a decírselo a sus amigos, y me lo cuenta a mí porque necesita a contárselo a alguien”.
“Mi intención es ser enfermero especialista en salud mental”
“No busco tener una familia, no busco tener niños, eso lo tengo clarísimo. A mí los niños no me gustan, no sé por qué. Tampoco sé dónde me veo viviendo, ni si me veo viajando. No hago planes todavía”
“Mi intención es ser enfermero especialista en salud mental. Pretendo presentarme al EIR (Enfermero Interno Residente, una oposición a nivel nacional que deben superar los enfermeros para acceder a una plaza de especialista), ya que tiene una especialidad en esa rama”. A nivel personal, las cosas no están tan claras para Fernando. Sí sabe qué no quiere: “No busco tener una familia, no busco tener niños, eso lo tengo clarísimo. A mí los niños no me gustan, no sé por qué. Tampoco sé dónde me veo viviendo, ni si me veo viajando. No hago planes todavía”. Reconoce, eso sí, que le gustaría tener una relación estable con una persona. “Un compañero de vida, una compañera de vida. Me daría igual. Lo que me importa es encontrar a una persona que sea compatible conmigo, con la idea de tener una relación sana. Yo he tenido relaciones anteriormente, pero no han salido y, ahora mismo, soy más selectivo”.
Nos despedimos junto a la Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación. Se va despacio, como llegó, con sus fantasmas a cuestas que, a pesar del entusiasmo y los progresos, van y vuelven. Quién dijo que iba a ser fácil el camino. Mediodía. El pueblo sigue en calma.
Un 5% de las personas con VIH presenta enfermedad mental grave, cuando este porcentaje es sólo de entre el 0,5% y el 0,8% en población general.
Un 13% de las personas que viven con VIH en España no saben que tienen el virus.