Si hacemos una búsqueda sobre cualquier patología, las manifestaciones artísticas que aparecen son innumerables. En cambio, sobre el VIH y el sida... Apenas una docena de películas destacables, una veintena de novelas y unas cuantas obras plásticas en todo el mundo en estas cuatro décadas. Y en ellas, muchas veces, el virus ni siquiera es protagonista.
La escasez es aún más alarmante en España. No se conocen personajes de proyección pública con VIH: ni deportistas, ni artistas, ni políticos… ¿Por qué? Tal vez, porque el estigma es más acusado en nuestro país que en otros países de nuestro entorno. Repasemos…
Es innegable que el acento puesto en la supuesta orientación sexual de los primeros afectados condicionó la construcción ideológica del sida. Entre 1981 y 1983 no pueden encontrarse imágenes de personas afectadas por el virus en los medios de comunicación, tampoco en trabajos artísticos. Las informaciones estaban centradas en cifras y estadísticas”, asegura Pepe Miralles, uno de los pocos artistas españoles que ha dedicado su obra al sida.
Las primeras reacciones artísticas llegaron de la mano de la fotografía y consistieron en retratos piadosos de enfermos de sida. Los más conocidos son los trabajos de Nicholas Nixon y Rosalind Solomon, contra los que protestó enérgicamente el grupo ACT-UP, un grupo activista que nació en Nueva York.
A las personas que vivían con el VIH, entre ellas un puñado de artistas, no les quedó otra que organizarse para construir el contrarrelato. Y lo hicieron a través de carteles, pegatinas, camisetas, instalaciones, películas y otras acciones que constituyen lo que la historiadora del arte Andrea Galaxina señala en su ensayo Nadie Miraba Hacia Aquí como “algunas de las obras más profundamente políticas y radicales de la contemporaneidad”.
Gran Fury en Nueva York, Akimbo en San Francisco o General Idea en Canadá llevaron a cabo una labor directa y radical que cuestionaba algunos de los principios asumidos sobre lo que es arte y que en algunos casos trascendió las circunstancias y el entorno para los que se hizo. Uno de los ejemplos más claros en este sentido es Silence = Death, un póster ideado en 1986 para subrayar, en palabras de uno de sus seis autores, Avram Filkenstein, “los efectos letales de la pasividad ante la crisis”. Cuarenta años después, ese póster y su lema siguen siendo un icono más allá del activismo en torno al sida.
Vinculado a ACT UP e integrado por once artistas, Gran Fury llegó a elaborar su propia versión de The New York Times para denunciar la insuficiente cobertura de la crisis por parte de los medios: The New York Crimes. En 1990, el colectivo participó en la Bienal de Venecia, donde protagonizó la que tal vez fuera su acción más sonada: El Papa y el pene, una obra que escandalizó al vincular al entonces papa Juan Pablo II con un preservativo, junto con unas declaraciones de un cardenal neoyorquino: “La verdad no está en los condones o en las agujas limpias […] La buena moral es una buena medicina”. Consiguió el efecto buscado y se habló masivamente de la obra.
“Lo que nos dice el activismo contra el sida de aquellos años», concluye Galaxina, “es que es posible transformar la realidad de una manera radical usando medios y estrategias que no son los que el sistema prevé. En un momento en el que nadie les hacía caso, en que estaban muriendo abandonados, los activistas tejieron una red de apoyo. Y el arte formó parte de esas estructuras”.
Referencias y Bibliografía