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“Llegué muerta y en Casa Colichet he vuelto a nacer”

Isabel Gómez vivía en la calle y sufrió un ictus. Tras nueve meses en el hospital, casi sin esperanza, sin hogar y con VIH en estado avanzado, le hicieron un hueco en Casa Colichet. Cinco años después, salió por su propio pie. Ahora vive independiente en una casa de Caritas.

MARZO 2025

Tiene 55 años recién cumplidos. Vive feliz en una casa de Cáritas. Pero no siempre ha sido así. Isabel Gómez Aranda nació en Valencia. Por circunstancias de la vida que prefiere no detallar, a los 40 años, todavía iba de ciudad en ciudad, durmiendo en cualquier sitio. Tenía problemas con el alcohol y las drogas. Y también un VIH que no se trataba. El virus estaba en una fase muy avanzada cuando llegó a Málaga en 2016.

“Yo vivía en la calle. Un día, deambulando por ahí, me dio un ictus que me bloqueó toda la parte derecha del cuerpo. Me llevaron al Hospital Regional Carlos de Haya (hoy conocido como Hospital Universitario Regional de Málaga)”, relata Isabel. Allí estuvo casi nueve meses. “Estaba mal, no podía andar ni valerme por mí misma, y no sabían qué hacer conmigo”.

En el hospital había un sacerdote que iba visitando a todos los enfermos, por las habitaciones. “Me habló de una monja a la que conocía, y que si quería verla. Era la hermana Juana, una hermana de la Caridad. Le dije que sí. La hermana vino a la habitación, estuvo hablando conmigo y me dijo que me seguiría visitando”.

Sor Juana trabajaba en Casa Colichet, un lugar de acogida para personas con VIH en estado avanzado, dependientes y en riesgo de exclusión social situada en Churriana, un distrito de Málaga. Casa Colichet está gestionada por Caritas. La monja era entonces la médico del centro. Paqui Cabello, directora de Casa Colichet, lo recuerda bien. “Nos llamaron directamente del hospital. Tenían a Isabel hospitalizada y pensaban que cualquier día se podía ir. No encontraban recursos para mantenerla ni llevarla a algún otro sitio, así que nos la trajimos cuando quedó una plaza libre”. Efectivamente, en uno de sus encuentros, sor Juana le dijo a Isabel que había conseguido una plaza en Casa Colichet.

La recuperación

“Llegó en muy malas condiciones, en ambulancia. No podía andar. Estaba desnutrida, con el VIH avanzado y calva porque se había quemado en la calle”, hace memoria Paqui Cabello. “Ahora tiene un pelo por la cintura, así”, y marca con emoción la largura del pelo de Isabel.

Isabel lo recuerda de la misma forma. Llegó con lo puesto, con la bata, en una camilla… “Me pasaron de la ambulancia a una habitación, a la cama. Al principio, me lo hacían todo: me limpiaban, me lavaban, me aseaban, me daban de comer, me daban la medicación del VIH… Así estuve, por lo menos, un año y pico. Un año y pico, sí”. Fueron casi dos años recuperándose de heridas y lesiones, y aprendiendo de nuevo a andar. Cuando mejoró un poco, la bajaron a una silla de ruedas. Y comenzó a mover las manos. De la silla de ruedas, al andador, con el que estuvo otro año. Finalmente, comenzó a andar sola con la ayuda de un bastón.

Fue por esa época cuando entró al despacho de Paqui. “No vayas a pensar que yo me voy a quedar aquí siempre, que yo en cuanto esté bien me voy”, le soltó a la directora de Casa Colichet. Paqui se ríe hoy: ”Un poco más y tenemos que echarla con agua caliente”. Cuando están juntas, Paqui se lo recuerda a Isabel. Y las dos ríen. “No me acuerdo muy bien porque no tenía la cabeza en su sitio”, reconoce Isabel.

En Casa Colichet trabajaron con Isabel a fondo. No sólo los aspectos físicos, también los emocionales. Fue un trabajo duro, pero gratificante. “Ella se ha dejado guiar, se ha dejado querer y se ha transformado por completo. Con ella, hemos trabajado hasta incluso traernos los folletos del supermercado para que aprendiera a hacer la compra, a hacer la comida, para todo”, continúa Paqui.

Isabel convive con el VIH desde hace veinte años. Es posible que la primera medicación antirretroviral la tomara cuando entró en el hospital con el ictus. “Antes, no tomaba nada. No me importaba mi vida”, dice. En Casa Colichet normalizaron la toma de la medicación y regularon su carga viral. Ahora es “una fan”. Nunca se le olvida tomar su tratamiento, imprescindible para mantener el VIH a raya y gozar de una buena calidad de vida. “Eso no se puede olvidar”, subraya. Y continúa: “Eso es como comer cada día. ¿A quién se le olvida comer cada día?”

El virus se ha convertido en una infección crónica si se toma la medicación tal y como está prescrita. Además, si una persona alcanza una carga viral indetectable, algo que ocurre cuando cumples adecuadamente con el tratamiento, no transmite el virus. Isabel comenzó yendo al hospital, a consulta con su médico de infecciosas, cada tres meses. Tras un tiempo en Casa Colichet, y convencida de la importancia de la medicación, fue mejorando deprisa. Sus revisiones se espaciaron a seis meses. Hoy, visita al médico una vez al año.

Una nueva vida

En 2021, Isabel estaba más o menos recuperada. En Casa Colichet le dijeron que debía intentar vivir por su cuenta. “Paqui me dijo que no me iba a ir a la calle, que solo iba a vivir independiente”, recuerda con agradecimiento. Le ofrecieron un piso tutelado de Caritas para personas mayores. “Paqui lo arregló todo. Lo del piso, y más cosas. Yo no tenía ni paga, nada. Ella me hizo el papeleo para acceder a una paga no contributiva que me concedieron al cabo de un tiempo”. Isabel para un segundo y prosigue: “Yo ocupaba una cama de más en Casa Colichet, porque mi sitio podía ser para otra persona que lo necesitara más. Pero no me abandonaron”. Paqui y Begoña, que es la educadora y psicóloga de la casa, le ayudaron a salir y a manejarse en su día a día.

Begoña ha estado tratando a Isabel desde que llegó a Casa Colichet. Todavía, una vez al mes, Isabel va a la casa a estar con ella. Le cuenta todo lo que le pasa, si ha tenido situaciones que le han alterado, cómo va con su medicación, si le afecta algo, cualquier cosa. Se lo apunta todo para contárselo a Begoña y a Paqui. “Ellas siguen siendo mis amigas, no solo mis terapeutas. No me guardo las cosas porque es importante para no tener recaídas y seguir sana”.

Además, le gusta estar con los residentes. “Los chicos son mi familia”, dice Isabel, que no deja de citar a trabajadores y a voluntarios. “Me quieren muchísimo, todos. Tengo su teléfono. Es que, para mí, esa casa… Yo he nacido allí de nuevo, porque llegué muerta. Llegué con una mano delante y otra detrás, y no daba ni un puro por mí”. Tiene una pequeña cojera, pero se maneja de forma independiente. “Aún se me nota que tengo un poquito de dificultad, pero lo hago todo yo, ¡que vivo sola!”, recalca orgullosa.

En el piso, Isabel es a sus 55 años “la niña del bloque”. El resto de las personas que vive en los pisos tiene edades más avanzadas. “Nos apoyamos mucho los unos a los otros. Yo ayudo en todo lo que puedo. Hay un chico, aquí enfrente, que tiene problemas de azúcar y cada vez que se pone malito llamo a la ambulancia y le doy agua con azúcar. Cuando se cae, lo levanto. Yo soy la que llamo por teléfono al director cuando pasa cualquier cosa. ¡Con todo lo que hicieron por mí, ahora que estoy recuperada intento hacer lo que puedo!”, asegura.

Isabel también suele ayudar en las labores de Caritas. Cuando le llaman, acude a barrer, a planchar, a colaborar en las campañas, “a lo que necesiten. Ellos sólo tienen que llamarme, y voy para allá”. El resto de los días sale a pasear con sus vecinas. Se hacen comida mutuamente, se reúnen a charlar… A veces, la llaman para que cuente su experiencia. “Sí, de vez en cuando voy con Caritas a colegios para dar testimonio. También, a cursos de voluntariado”. Isabel se siente bien, y lo confiesa: “Yo, con vivir la vida tal y como la vivo ahora mismo, soy feliz; no le pido más a la vida, la verdad que no”.

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