ONUSIDA presenta su nueva estrategia mundial 2021-2026 para acabar con el VIH y el sida en 2030. Se mantiene el objetivo del triple 95, pero se pone el énfasis en la persona: servicios integrales y equitativos, derribo de barreras legales y sociales, integración plena en los sistemas de salud y protección social.
Han pasado cuarenta años desde que se comunicaron los primeros casos de sida, veinticinco desde la creación de ONUSIDA y veinte desde la histórica sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el sida. Toca mirar hacia atrás, para valorar. El resultado arroja luces y sombras.
En los 80, cuando se conocía muy poco sobre la enfermedad, adquirir VIH era sinónimo de morir en pocos años. Los progresos médicos llegan en los 90, y particularmente mediada esa década, con la llegada de los antirretrovirales. Entonces, la lucha contra el VIH da un giro completo: tener el virus ya no es un sinónimo de muerte sino de enfermedad crónica.
Un momento decisivo se produjo en 2002, con la creación del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, y los primeros pasos hacia un acceso más generalizado a las pruebas de detección, a los tratamientos, a la prevención y a otros servicios. Hoy, sobre un total de 38 millones de personas que viven con VIH en el mundo, 27,5 millones tienen acceso a la terapia antirretroviral. En 2010, sólo 7,8 millones de personas tenían acceso a los tratamientos…
Si el cambio es espectacular, ¿por qué, entonces, hablar de luces y sombras? ¿Por qué ese sabor agridulce? En primer lugar, porque no todos los países han sabido —o podido— aprovechar el impulso generado en la primera década del siglo XXI para anticipar las inversiones y acelerar la prestación de servicios relacionados con el VIH. Además, los avances han llegado principalmente desde el ámbito médico y terapéutico, pero no tanto desde el ámbito social. Cuarenta años después de los primeros casos de sida, el estigma sigue vigente en los pacientes de manera generalizada, más en unos países que en otros, esa es la verdad.
Pero es que los avances desde 2015 han sido desalentadores; tal vez, precisamente, por haberse centrado los planes en los aspectos médicos, por la inexistencia de un plan integrador en el que las personas estuvieran en el centro: los expertos coinciden en que ha faltado un enfoque holístico que aborde los problemas a los que se enfrentan las personas que viven con VIH y las personas con mayor riesgo de infección.
Los objetivos previstos por ONUSIDA para 2020 no se han cumplido. Hay demasiadas metas fallidas. Ahora estamos en 2021 y toca enderezar el rumbo de la lucha contra el VIH si se quiere erradicar la pandemia en 2030. Un objetivo que, pese a las dificultades, ONUSIDA mantiene, y para el que ya ha desarrollado una nueva estrategia. Es imprescindible sacar conclusiones, eso sí. De las muchas lecciones aprendidas… y de los errores.
Hace cinco años, en 2016, se alcanzó un compromiso mundial para acelerar la respuesta contra el VIH y poner fin a la epidemia para 2030. La Asamblea General de las Naciones Unidas asumió diez compromisos para aumentar y anticipar las inversiones en un plazo de cinco años a fin de acelerar la ampliación de la cobertura de los servicios y establecer un impulso que daría como resultado reducir las nuevas infecciones por el VIH y las muertes relacionadas con el sida a unas 500.000 anuales para 2020. Eso representaba una reducción de aproximadamente el 75% de la incidencia del VIH y de la mortalidad relacionada con el sida desde 2010.
Hemos superado 2020 y, sin embargo, muy pocos países han aprovechado el impulso generado contra la pandemia. Los importantes avances en las regiones más afectadas del África subsahariana o del Caribe se han visto contrarrestados por las crecientes epidemias en otras regiones: de 2010 a 2019, las nuevas infecciones aumentaron en un 72% en Europa Oriental y Asia Central, en un 22% en Oriente Medio y África septentrional, y en un 21% en América Latina. Una de cal y otra de arena que llevan a una conclusión general: la lucha contra el VIH en el mundo avanza a un ritmo demasiado lento. La disponibilidad de recursos también se ha visto afectada: se está lejos del volumen que ONUSIDA reclama.
A nivel mundial, no se ha cumplido ninguno de los diez compromisos adquiridos. Tampoco se han alcanzado los hitos acordados, el llamado triple 90: que el 90% de las personas con VIH esté diagnosticada, el 90% de éstas tratado y el 90% de las tratadas, con carga viral indetectable. Los datos muestran que, a día de hoy, las cifras mundiales siguen lejos: casi 700.000 muertes por causas relacionadas con el sida y 1,5 millones de nuevas infecciones por el VIH en 2020 a pesar de que las opciones terapéuticas y preventivas eficaces son asequibles y están disponibles.
La falta de una visión integral en la lucha contra el VIH basada en los derechos y centrada en la persona ha tenido un precio demasiado alto. Según los datos de ONUSIDA, 3,5 millones de infecciones más y 820.000 muertes relacionadas con el sida más de lo previsto. Y eso sólo entre 2015 y 2020. Lejos queda el sueño del triple cero (cero nuevas infecciones por VIH, cero discriminaciones y cero muertes relacionadas con el sida) con el que ya soñaba en 2010 el entonces director ejecutivo de ONUSIDA, Michel Sidibé.
El progreso hacia la meta 90-90-90 en pruebas y tratamientos ha sido, sin embargo, algo positivo que merece la pena destacar. A fines de 2019, el 81% de las personas que vivían con el VIH conocía su estado serológico; y entre los que conocían su estado, el 82% estaba en tratamiento. El borrón: la proporción de todas las personas que viven con VIH y han alcanzado supresión viral fue ese año sólo de un 59%, muy por debajo del objetivo de supresión viral del 73% de las metas 90-90-90.
Cero nuevas infecciones. El objetivo era bajar de medio millón al año; la realidad es que la cifra está estancada en torno a los 1,5 millones de infecciones. 280.000 mujeres jóvenes y 150.000 niños contraen el virus cada año, cuando el objetivo se cifaba en menos de 100.00 y menos de 20.000, respectivamente. Dos países (Singapur y Trinidad y Tobago) lograron reducir un 75% las nuevas infecciones entre 2010 y 2019. Veintidós países están en vías de lograr una reducción del 90% para 2030.
Cero muertes relacionadas con sida. La reducción continua y constante de las muertes por causas relacionadas con el sida representa el progreso más prometedor logrado en la última década. A nivel mundial, disminuyeron en un 39% entre 2010 y 2019. Con todo, el objetivo era bajar de medio millón, pero la realidad es terca: 680.000. Veintiséis países están en vías de lograr una reducción del 90% para 2030.
Cero discriminaciones. Las actitudes discriminatorias hacia las personas que viven con VIH están disminuyendo en algunos países, pero aumentando en otros. El estigma y la discriminación en los centros de atención de salud —en forma de rechazo de atención, actitudes despectivas, procedimientos coercitivos o violación de la confidencialidad— siguen siendo inquietantemente comunes.