Doce personas viven hoy en este antiguo cortijo de Churriana, en Málaga, que dirige Caritas.
Muchas películas míticas tienen un personaje inanimado con importancia capital en la trama, una presencia que lo inunda todo y da sentido al conjunto.
En ‘El diablo sobre ruedas’, de Steven Spielberg, es un camión; en ‘Psicosis’, de Alfred Hitchcock, es la mansión Bates; en ‘El resplandor’, de Stanley Kubrick, el hotel Overlook; y en ‘La Cabina’, de Antonio Mercero, la cabina de teléfonos.
En la historia de Casa Colichet, la casa es, también, protagonista. Pero, a diferencia de las películas mencionadas, este antiguo cortijo malagueño no presenta rasgos inquietantes ni terroríficos. Justo lo contrario: Casa Colichet es un lugar luminoso, lleno de esperanza. Y aunque es un ‘personaje’ esencial del film que vamos a contar, nada sería posible sin las personas que han llevado adelante el proyecto, las que estuvieron y las que están. Y, por su puesto, sus residentes.
Aún no hemos presentado a Casa Colichet: se trata de una casa de acogida para personas con VIH en estado avanzado y en riesgo de exclusión social situada en Churriana, Málaga.
En España, se cuentan apenas veinte espacios de residencia para personas con el virus; de ellos, no llegan a la mitad los que se destinan a personas totalmente dependientes.
Durante más de tres décadas, la finca ha sido el espacio en el que Caritas (la organización humanitaria de la Iglesia católica que gestiona la casa) ha podido ofrecer un hogar, cuidados y, sobre todo, mucho cariño a personas con VIH que no tenían dónde morir dignamente, en los primeros años de la pandemia, o dónde vivir acompañados y atendidos, en la actualidad.
La historia comienza en 1992. El doctor Francisco Gómez Trujillo, responsable del tratamiento de los casos de sida del Hospital Regional Carlos de Haya (hoy, conocido como Hospital Universitario Regional de Málaga), estaba entonces muy preocupado por el futuro de las personas a las que daba el alta y no tenían hogar. Habló con el obispo de Málaga, Ramón Buxarrais, y, no sin complicaciones, consiguió acondicionar un antiguo cortijo con habitaciones y baños.
El lugar se convirtió de inmediato en espacio de acogida para personas con VIH. Para poder atenderlo, el obispado de Málaga se puso en contacto con distintas congregaciones. Las hijas de la Caridad no lo dudaron.
Cuatro hermanas de la orden se instalaron allí: sor Juana, médico, sor Luisa, sor Carmen y sor María Jesús, estas tres, enfermeras. Lo hacían todo: consultas médicas, curas, relaciones con el hospital, intendencia… Junto a ellas, un grupo de hermanos de San Juan de Dios que hacían los turnos de noche con la ayuda de varios voluntarios.
Ninguna de las cuatro hijas de la Caridad está hoy en la casa. Las hermanas se fueron en 2021. Sor Luisa, que estaba en cocina, falleció con 96 años. Las otras tres superan con creces los ochenta años: sor Juana y sor Carmen viven en una residencia en Granada y sor María Jesús, en una residencia en Torremolinos. Después de ellas, también pasaron por Casa Colichet sor Claudina, sor Hortensia y otras.
La congregación recibió en 2005 el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Alguna de las hermanas fue a la gala asturiana. “No sé si has visto la foto en los pasillos”, dice Paqui Cabello, la directora hoy del centro
Los primeros años no fueron fáciles. A principios de los noventa no existían los modernos y eficaces medicamentos antirretrovirales. El VIH significaba muerte. A esto se unían un fuerte rechazo social y mucho miedo.
La inmensa mayoría de los residentes de la casa, con sida, procedía del mundo de las drogas por vía parental y se encontraba en fase terminal. “La historia ha cambiado. Aquí uno viene hoy a ponerse bien y a tener un hogar, el tiempo que sea. Ahora tenemos vida en la casa”, asegura Paqui.
¿Cómo llega una persona como Paqui a trabajar en Casa Colichet? “Pues mira, eso me pregunto yo”, añade riendo. “Terminé mi carrera de enfermería y me fui de misiones a Venezuela con 20 años. En 2002, con 30, volví con tres hijos pequeños que nacieron allí. Entonces, fui echando currículos y me llamaron de aquí. Las hermanas estaban buscando una enfermera que supliera la labor que hacían ellas. Les expliqué que no me importaba ir voluntaria, pero que primero necesitaba conseguir un trabajo, que tenía que dar de comer a mis tres hijos. Entonces, me ofrecieron ir con contrato. Y fui”. Cinco años más tarde le propusieron llevar la dirección de la casa. Hasta hoy.
Casa Colichet cuenta con 18 profesionales que atienden las necesidades de las personas que viven allí: cuidadores, educadores, auxiliares de enfermería, fisioterapeutas, cocineros, limpiadores…
Dispone además de un equipo de 22 voluntarios. “Tenemos voluntarios para todo. Gente que se ofrece y te dice: si necesitas algo, dime, y es verdad: están para todo”, dice muy orgullosa y agradecida Paqui. Hay de todo menos médico. Desde que se fue sor Juana se da esta laguna. Por eso, desde Casa Colichet se lleva a los residentes a los hospitales o a las consultas.
“Es importante creer en las personas y darles cariño. Yo creo que ellos cambian cuando empiezas a creer en ellos porque no están acostumbrados a recibir. Nadie los ha mirado con buenos ojos. Y eso de sentirte siempre juzgado hace que cada día te envenenes más”
Paqui Cabello
Directora de la Casa Colichet
Los trabajadores y los voluntarios juegan a “poli bueno, poli malo”. Lo cuenta Paqui, con humor: “Nosotros somos los que ponemos las normas, es imprescindible. Después, están los voluntarios, que vienen con las caricias. Les solemos decir (a los voluntarios): anda, llévate un ratito a este, dale un poquito de cariño, que acabamos de reñirle”. Pero termina de contarlo: “Este juego es muy bonito. Es importante creer en las personas y darles cariño. Yo creo que ellos cambian cuando empiezas a creer en ellos porque no están acostumbrados a recibir. Nadie los ha mirado con buenos ojos. Y eso de sentirte siempre juzgado hace que cada día te envenenes más”.
Manuel, Casilda, Mari Luz, Elisabeth, Manuel, Antonio, Miguel Ángel, José, Juan, Luis, Gabriel y Fali. Las doce personas que viven hoy en Casa Colichet rondan los 50 años. Casi todas han adquirido el VIH por diversas prácticas sexuales. “No llega gente joven”, asegura Paqui. “Bueno, hemos tenido algunas personas de 18 o 20 años, casi siempre inmigrantes”, puntualiza. Siempre, eso sí, hay una cama sin ocupar —la número 13— para emergencias, “de esas que no pueden esperar ningún trámite”, explica Paqui.
Las vías de ingreso al centro son diversas. Caritas tiene concertadas plazas con el departamento de Dependencia de la Junta de Andalucía, pero normalmente les llaman de hospitales, servicios sociales u organizaciones, también voluntarios de calle o las propias familias. Y lo primero siempre es arreglar los papeles, ya que se registra un alto porcentaje de indocumentados.
Como decíamos, la situación actual es muy diferente a la que se vivía hace tres o cuatro décadas: las personas que entran hoy se recuperan, incluso con discapacidades físicas. Se hacen mayores en la casa.
Un hombre que llegó en mayo, dos llevan ya un año y el resto mucho tiempo. “A los que mejoran y se pueden valer por sí mismos, procuramos llevarlos a otros recursos o que hagan vida independiente”, explica Paqui.
Otros se quedan para el resto de su vida. Manuel, por ejemplo, lleva en la casa desde 1999. Llegó con su hermana, los dos con VIH. Su hermana falleció de sida en la casa a los dos meses. Él, con una hemiparesia (que se caracteriza por la debilidad o falta de control muscular en la mitad del cuerpo), tuvo afectado el habla. Ahora usa una silla de ruedas, aunque también puede andar; y habla bien, aunque despacito. “Se maneja solo. Y es como una agenda, tiene memoria absolutamente de todo”. Paqui nos lo cuenta mientras le acaricia el brazo a Manuel, que está sentado en su silla y sonríe. Es el veterano del lugar. Está en Casa Colichet antes incluso que la propia Paqui.
La directora del centro pone más ejemplos luminosos de personas de la casa. “Tuvimos una chica, Isabel, que llegó muy mal, para morirse de sida. Ha rehecho su vida totalmente, vive independiente. Y eso siempre da un poquito de estímulo a los demás”.
A lo largo del tiempo han pasado por la casa más hombres que mujeres. Destaca un rasgo común en todos ellos: llegan con la enfermedad en un estadio muy avanzado. Y la mayoría con trastornos mentales. En muchos casos, por su situación (son personas que han acabado en la calle), pero también influye el estado avanzado del sida. La medicina ha convertido el VIH en una enfermedad crónica, pero, debido al estado en el que entran, sin haber seguido tratamiento desde hace años, desarrollan trastornos psicosociales: es el deterioro progresivo de la función mental por culpa del VIH.
Después del covid, en Casa Colichet han vuelto a tener algunos ingresos que se parecen a los de los inicios: infección muy avanzada y grave deterioro de la salud. “Han vuelto a fallecer personas aquí, algo que casi se nos había olvidado”, se lamenta Paqui.
“Cuando llegan, pasamos varios meses recuperándolos. Lo primero que atendemos es la medicación, la alimentación y la higiene. Cuando has conseguido esto, ya puedes empezar a entablar conversaciones con ellos. Al principio, el objetivo es el acompañamiento, decirles que no están presos, que esto es una casa de paso, pero que es necesario que se recuperen para continuar con su vida. ¡Al final, son muy pocos los que se van!”, cuenta Paqui.
A todos se les marcan unas normas. Una de ellas es que la medicación hay que tomarla. Seguir el tratamiento del VIH tal y como está prescrito es fundamental para controlar el virus. En poco tiempo, gracias a los antirretrovirales, el virus se hace indetectable y, con ello, intransmisible. Paqui insiste en esto, pero también explica que las personas que están en Casa Colichet siguen las indicaciones con regularidad, porque confían en sus profesionales y voluntarios. Esto les hace estabilizar la carga viral en poco tiempo, aunque en muchos casos algunas secuelas son irrecuperables.
Otra norma sagrada es que no se puede fumar en las habitaciones. El tabaco está controlado: a los internos se les reparte doce cigarrillos diarios. Y, claro, es obligado el respeto. A los compañeros y a los profesionales. “Sólo son tres normas básicas, y les quedan claras desde el principio”, en esto Paqui es tajante.
Ocho de la mañana. Es la hora de levantarse. A quienes son autónomos o medio autónomos simplemente se les acompaña. Se desayunan a las nueve y media. Después, descanso para fumar.
A las diez, inicio de las actividades. Cada residente realiza las suyas, aquellas para las que tiene capacidad: ejercicios de cálculo, lectura, comentarios, dictado, pintura, puzles…
Entre las actividades grupales, se cuentan la salida semanal al cine, a la cafetería, el ensayo de cantos, los talleres de valores, la musicoterapia, la relajación, el teatro…
El centro edita también una revista llamada ‘Familia Colichet’, en la que colaboran. “Se hace mucho hincapié en que tienen que participar, que la cabeza tiene que estar activa. Es la única forma de recuperar la autonomía que tenían antes «, explica Paqui.
De 12:30 a 13:30, almuerzo. Y por la tarde, trabajo con la educadora del centro. Dos tardes a la semana las tienen libres.
Dentro de la casa, a cada interno se le asigna una tarea, una responsabilidad. Hay quien se encarga de regar las macetas, otro cuida el jardín, otro limpia los ceniceros, otros las mesas del comedor; cada uno dependiendo de su estado.
Una de las prioridades del equipo responsable es restablecer los lazos familiares. En todos estos años se ha localizado a muchos parientes y se han vivido escenas imborrables. “Antes no te daba tiempo, ni siquiera te lo planteabas como objetivo, pero ahora, como pasan aquí tanto tiempo, trabajamos ese tema y se han dado situaciones increíbles”, cuenta la directora.
La casa, de 876 metros cuadrados, se encuentra en un alto de Churriana, un distrito de la ciudad de Málaga, muy cerca del aeropuerto. Construida en los años 50 del siglo XX, la casa fue donada por su dueño a Caritas con una condición: que su uso fuera siempre para fines sociales. Y así fue. Primero, como lugar para colonias infantiles; y, después, como casa de acogida para atender a personas con VIH que no tienen nada.
Hoy, Casa Colichet se encuentra rodeada de viviendas, adosados y unifamiliares, pero antiguamente estaba en mitad del campo. Junto a la casa y sus jardines, está emplazada una residencia para personas mayores también gestionada por Caritas. Mantiene su estructura de cortijo andaluz, con un gran patio interior ajardinado, sobre el que se estructuran las galerías en las que están las habitaciones y las salas.
De manera más o menos estable, doce personas habitan la casa. Antes, había 13 habitaciones, pero hace un año se realizó una gran reforma que amplió las habitaciones a 16, con capacidad para 28 residentes. Sin embargo, no hay una ocupación total, “porque esto no es un hospital, no es el objetivo. De esa manera se puede trabajar mejor”, asegura Paqui Cabello.
Gracias a la rehabilitación financiada por el Ayuntamiento de Málaga, se repararon cubiertas, aislamiento, fontanería, solados y alicatados. Se ampliaron las puertas y los pasillos, demasiado estrechos para las sillas de ruedas, y se construyeron más baños. Los residentes disfrutan ahora de mayor intimidad en las habitaciones, a las que pueden acceder de manera autónoma. El ’nuevo’ centro dispone de una sala de usos múltiples, y de una cocina y de un comedor más espaciosos.
Para su directora, “esta remodelación va a aportar muchas oportunidades a la casa porque no solo se ha mejorado la calidad de los espacios, también ha aumentado considerablemente su superficie, sumando nuevas estancias y la posibilidad de poder atender otras realidades en el futuro”.
Al principio, las puertas del centro estaban cerradas para evitar que los residentes se escaparan. Hoy, están abiertas y el que quiere se puede marchar. Pero nadie lo hace. Casa Colichet es su hogar.